

Vimos qué lo mejor sería hacer hoy la visita a la Catedral de Mármol y por la tarde visitar el Ventisquero del valle Exploradores, dejando para mañana la Laguna de San Rafael, uno de los atractivos más famosos de la Patagonia.
La dueña de las cabañas nos recomendó tomar una barquita en un embarcadero a cinco kilómetros en dirección sur de la carretera debido a que el recorrido desde el embarcadero del pueblo estaba más expuesto al viento y hoy pegaba con fuerza.


Aceptamos ya que siempre es agradable charlar con otros turistas, con independencia de que el precio de la excursión es por persona. Había una pequeña casa en la abrupta orilla, sencilla y modesta, con aperos de navegación fluvial, barcas varadas y un perchero con chalecos nuevecitos. Un señor con aspecto indudablemente marinero nos recibió con amabilidad y nos indicó que fuéramos al embarcadero, unos metros más abajo. Una pequeña ensenada en madera facilitaba el acceso al bote en el que abordamos los siete más nuestro guia, un joven con rasgos mapuches que demostró muy buena destreza al timón. El bote, una cómoda y sencilla embarcación de madera probablemente diseñada únicamente para la pesca, abandonó el embarcadero y comenzó a navegar próximo a la orilla en sentido oeste, a los pocos minutos vimos que la orilla se había convertido en un acantilado casi vertical, más tarde vimos unas enormes rocas pegadas a la orilla que emergían unos diez metros, eran rocas de mármol talladas por el agua durante siglos y siglos esculpiendo en ellas unas cuevas y orificios en los que bien podría haberse inspirado Gaudí. Nuestro timonel rodeó estas grandes rocas mientras nosotros, los siete pasajeros no podíamos dejar de hacer fotos una detrás de otra, la luz era perfecta, el agua fría era totalmente transparente y el viento no soplaba, estábamos solos, en silencio, escuchando el sonido del agua lamiendo el mármol una y otra vez y el sonido de los obturadores que pretendían captar la escena del momento o al menos la ilusión de tener para siempre la posibilidad de contemplar de nuevo este mágico lugar. Para nuestra sorpresa, el timonel se adentró en las estrechas aberturas de la roca de mármol y pudimos contemplar la "belleza interior" de estas formaciones, fue impresionante.
Tras un tiempo indefinido que a juzgar por las numerosas fotografias que tomamos resultó más del que recordamos, sin embargo quedamos bien satisfechos de la duración del paseo por entre las enormes rocas de mármol. Durante el tramo de regreso, que duró algo menos de quince minutos, conversamos que nuestros compañeros de embarcación, daba la impresión de que se trataba de un tipo alemán, una señora americana que estaban siendo acompañados con la pareja de chilenos, aparentemente era el marido, el que nos había preguntado para compartir la embarcación, quien llevaba la iniciativa, los chilenos hablaban con el señor en alemán y con la señora en inglés, por lo que nos llamó la atención. El chileno, que yo había tomado por alemán, se interesó mucho en nuestro viaje y le contamos lo que habíamos visitado y el resto de jornadas que aun teníamos por delante, mientras nos escuchaba con atención hacia gestos de aprobación y nos apuntaba algunas cosas que no debíamos perdernos en cada lugar. Nos despedimos y nos deseamos mutuamente un feliz viaje.
Tras un tiempo indefinido que a juzgar por las numerosas fotografias que tomamos resultó más del que recordamos, sin embargo quedamos bien satisfechos de la duración del paseo por entre las enormes rocas de mármol. Durante el tramo de regreso, que duró algo menos de quince minutos, conversamos que nuestros compañeros de embarcación, daba la impresión de que se trataba de un tipo alemán, una señora americana que estaban siendo acompañados con la pareja de chilenos, aparentemente era el marido, el que nos había preguntado para compartir la embarcación, quien llevaba la iniciativa, los chilenos hablaban con el señor en alemán y con la señora en inglés, por lo que nos llamó la atención. El chileno, que yo había tomado por alemán, se interesó mucho en nuestro viaje y le contamos lo que habíamos visitado y el resto de jornadas que aun teníamos por delante, mientras nos escuchaba con atención hacia gestos de aprobación y nos apuntaba algunas cosas que no debíamos perdernos en cada lugar. Nos despedimos y nos deseamos mutuamente un feliz viaje.
Retomamos lo que nosotros llamaríamos "pista forestal" a lo que en realidad es la carretera austral, sentido norte, y nada más pasar de largo el pueblo de Puerto Tranquilo tomamos un camino de "penetración" conocido como Carretera del Valle Exploradores, un recorrido de 80km por pista que finaliza en la Bahía Exploradores de donde se puede tomar el barco para visitar la Laguna de San Rafael. Hoy teníamos pensado visitar la primera mitad del valle y terminar en un corto paseo que asciende a un collado desde el cual se ve un glaciar.
La pista es algo más estrecha que la general, pero se puede ir tranquilamente a lo largo de un valle más cerrado repleto también de cascadas y ríos del deshielo. Algunas cascadas especialmente grandes están indicadas y hay numerosos espacios donde se puede parar, si bien es muy fácil detenerse en cualquier momento para hacer fotos, ya que prácticamente estamos solos. Llegamos a un lugar conocido como El Puesto, dos cabañas prácticamente ocultas en la espesura del bosque conforman un centro de actividades: senderismo, escalada en hielo, rafting, etc, hay que abonar una pequeña tasa para recorrer el camino de apenas un kilómetro que asciende por el,bosque y por la morrena con ayuda de pasarelas, escaleras y plataformas de madera. Al alcanzar el collado se llega al mirador, construido en madera, del que se obtienen unas vistas impresionantes: la característica erosión y sedimentación glaciar se extendía bajo nuestros pies, un conjunto de grandes charcos, montículos de arena y piedras precedía a una ancha lengua de hielo que terminaba en un muro de hielo a unos diez kilómetros de nosotros, cuando las nubes cubrían el sol adquiria un color blanco, pero cuando los rayos se reflejaban en el hielo se percibían destellos de azul intenso y fulgores verdes y violáceos, la visión de este mastodóntico fenómeno era asombrosa. A unos cinco kilómetros vimos un campamento, se trataría de las expediciones que salen del El Puesto para escalada en hielo y debían llegar al glaciar en dos días caminando por la cuenca y accediendo así a la lengua.
En el mirador conocíamos a tres turistas chilenas jubiladas, una de ellas era especialmente divertida, que vivía en Francia, fue muy divertido hablar con ellas, se lo estaban pasando muy bien y se interesó mucho en el tipo de viajes que ofrece Amigos en Ruta, así que estamos en contacto.

Regresamos de nuevo por el mismo camino hasta llegar de nuevo a Puerto Tranquilo y tomamos la carretera austral en sentido sur, pasando de largo el desvío que conduce al embarcadero de esta mañana. Queríamos buscar una buen ángulo para hacer fotos a la puesta de sol de manera que disfrutamos la tarde recorriendo la carretera austral en sentido sur paralelos a la costa del lago Carrera hasta el puente del lago Bertran, donde el atardecer nos pillo de lleno.
El GPS indicaba un restaurante a tres kilómetros más al sur, en dirección al cruce de Los Santos, una carretera perpendicular al eje de la carretera austral y que conducía a Chile Chico y al paso fronterizo con Argentina. Un camino salía a la derecha de la carretera con una indicación: Restaurante Tres Lagos, se llega a una hacienda elegante y bonita, un señor con camisa, chaleco y pajarita nos recibió con un afable "hola amigos" y le dijimos si tenían algo para darnos de cenar, aparcamos y entramos en la casa. Era un hospedaje con opciones a un montón de actividades de montaña y un restaurante muy acogedor, el tipo aquel debía ser el encargado del negocio, sino el propietario, y su actitud bonachona y parlanchina, incluso bromista, nos recordó a nuestro amigo Jesús quien regenta Las Cuevas del Príncipe en Navalcarnero.
Allí cenamos una ensalada de tomate, pastel de choclo y mote con huesillos, que es el "durazno" (melocotón) deshidratado y vuelto a hervir en una especie de almíbar. Elegimos un vino carmenere-cabernet de nueve mil pesos, algo sencillito y muy bueno... Menos mal que preguntamos el precio de los vinos porque los que nos recomendaba costaban más de 300€!


Con todas estas disertaciones, propias de la emoción de la imprevisión y que forman parte de la aventura, disfrutamos de la estupenda cena. Mereció la pena visitar aquel restaurante, pero era algo caro como para que uno quisiera volver, pero teniendo en cuenta lo aislado del lugar, cualquier comodidad o lujo es más costoso debido, al menos, a la dificultad del transporte y el clima tan extremo.
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