Jornada dedicada a regreso a Santiago desde Hanga Roa. Durante el desayuno llamamos a la vendedora que conocimos en el primer Ahu para comprar unos moais que habíamos visto, sin embargo ya nos advirtió que su cobertura móvil no era buena y no pudimos contactar con ella.
El pueblo es pequeño, pero caminar hasta el centro nos llevaría media hora, y no teníamos tiempo ya que nos vendrían a recoger para ir al aeropuerto, a pesar de que había menos distancia de la casa a la terminal que de la terminal al avión, teníamos el tiempo tasado y teníamos que comprar moais si o si.
Decidimos pedir un taxi que por dos mil pesos nos llevo hasta un centro de artesanía, no nos quiso cobrar a la ida y dijo "pagenme después así me aseguro de que voy a volver y ustedes van a venir".
Hicimos nuestras compras y regresamos a la hora convenida, la taxista era un verdadero encanto y nos contaba que ella era rapanui, pero su marido era de Antafagasta, al extremo norte de Chile, y que cuando se enfadaba con el le decía que era peruano, "solo eres chileno desde la guerra del pacífico", decía entre risas.
Fuimos al aeropuerto, hicimos nuestro check-in con total tranquilidad, el vuelo se hizo corto, tardó cuatro horas en lugar de cinco y media de la ida.
Cuando llegamos a Santiago era tal la cantidad de gente que había en la salida que no vimos a Luis, el que sería nuestro chofer. Mauricio también estaba por el aeropuerto y acudió a nuestra llamada cuando Luis ya se había encontrado con Alberto. Nos despedimos de Mauricio y nos fuimos al hotel con Luis.
La noche caía en Santiago y un haz luminoso iluminaba la cumbre de una montaña, minutos más tarde era la luna completamente llena y enorme que iluminaba un cielo despejado sobre una ciudad gigantesca, durante un momento nuestra perspectiva encuadraba a la perfección la luna con el skyline de la ciudad presidido por la enorme torre rascacielos, una lástima no tener la cámara a mano en ese momento.
Nuestra duda oscilaba ahora en donde cenar, una vez hecho el check-in en el hotel vimos que en la zona no había un restaurante más cerca del kilómetro y medio, por lo que decidimos cenar en el hotel, y fue un verdadero acierto. En el hotel Oporto cenamos de maravilla ceviche, chupe y vino, básicamente, más chileno no se puede ser!
Nuestra diatriba principal se centraba en el problema que suponía regresar a España con todo el vino que habíamos comprado, barajamos diferentes posibilidades como enviar una maleta con ropa por correo y opciones diversas, pero en cualquier caso regresar con 15 kilos en vino no iba a ser tarea fácil.
Loreto, la chilena hermana de la mujer de un compañero de trabjo de Alberto, nos invito a su casa para el día siguiente para cenar en cuanto regresáramos de Villa del mar y Valparaíso y propuso que dejáramos una maleta y los vinos en su casa mientras nosotros hacíamos el viaje de la Patagonia.
A dormir.
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