lunes, 3 de noviembre de 2014

Chile, día 4: Llegada a Isla de Pascua


Mauricio nos recogió a la hora convenida, la llegada al aeropuerto fue rápida, hoy Lunes a primera hora era hora punta, los mineros de todo Chile salen de Santiago y se dirigen a sus puestos de trabajo a las minas de cobre de todo Chile, la fuente de ingresos más importante del país. Hacemos la facturación en los mostradores de vuelos internacionales de LAN pero nos indican que debemos pasar a las puertas de embarque de vuelos nacionales. El control de equipajes se hace rápido y no hay problema con los ordenadores, ipad, botas, etc.... Una vez en el avión de trata de un moderno Airbus 340 de dos, tres y dos asientos por fila, con unidad de entretenimiento y puerto USB, así que aprovechamos para ver un par de pelis, organizar fotos, echar alguna cabezadita y actualizar el blog.




El avión enseguida cruza la línea costera y durante cinco horas nos dirigiremos hacia la inmensidad del Pacífico rumbo poniente. En la Isla de Pascua hay dos horas menos que en Chile, ajustamos relojes y pensamos que ahora si que estamos lejos de casa, con una diferencia horaria de 6 horas menos respecto a España. 

La llegada al aeropuerto se realiza con un aterrizaje suave y un rodaje largo hasta la pequeña terminal que simula las construcciones típicas de madera rudimentaria de la isla, no hay finger, ni autobuses, descendemos por la escalinata y nos dirigimos a la cinta de equipajes, da la sensación de que la pequeña terminal está hasta arriba, pero se trata tan solo de nuestro único vuelo compuesto por turistas americanos, franceses y alemanes y sus choferes, y autóctonos de la isla que iban cargados con diversa mercancía. No hay controles de inmigración, por lo que salimos de la terminal para encontrarnos con nuestro transfer. 


Nuestro chofer también recoge a una pareja de ingleses que viajaba a nuestro lado en el avión, sorprendentemente el viaje hasta las Cabañas Marae lleva menos de dos minutos, el aeropuerto está pegado a la única urbanización de la isla y una de las primeras propiedades es el recinto de casitas que forman las Cabañas Marae.

Se trata de varias casitas de madera correctamente equipadas en un entorno ajardinado autóctono precioso muy floreado y acojedor, la casita dispone de salón comedor, baño, cocina, un habitación de matrimonio con baño, otra habitación con tres camas, porche, jardín y puerta trasera con barbacoa.






Para la tarde hoy no teníamos nada planificado, eran alrededor de las dos de la tarde y nos pusimos a preparar algo de comida de la que traíamos en la maleta: una pizza, unas mini-empanadillas y unas papas fritas regado con un Chamán de Santa Cruz, un carmenere - sauvignon del 2012 espectacular. 

Pues resultó que el tiempo no era exactamente como habíamos interpretado en las descripciones del clima de la isla, cálido, 24 grados de media, soleado…. tras terminar de comer nos dispusimos a salir a dar una vuelta, pero llovía a cántaros, hacia fresco, había bajado mucho la temperatura y el cielo estaba encapotado, comenzamos a andar pero a los veinte metros regresamos a la casa. Nos quedamos pensativos un momento y llegamos a la conclusion que lo mejor sería alquilar un coche, nos permitiría recorrer la isla a nuestro aire lloviera o no.



Llamamos a la empresa con la que meses antes habíamos reservado las excursiones a traves de Milodon, Aku Aku Turismo, que ofrecían una oferta que nos pareció interesante, el alquiler de dos días de un jeep Suzuki Jimny por 80 mil pesos chilenos, así que llamamos a Akuku y en 20 minutos vinieron a entregarnos el coche y hacer los papeles de arrendamiento.
Con el subidón de disponer de un coche para nosotros… dejó de llover.






El coche, con 17000 kilómetros y unos dos o tres años era pequeño pero perfecto para la ocasión, nos comentaron que usáramos el mapa que nos entregaban pero que no entráramos en la pistas pintadas de amarillo que eran poco transitables y nos ciñéramos a las pistas rojas que eran las asfaltadas: había dos, a ojo eran transitables unos 80 kilómetros en toda la isla, y cubrían todo el territorio. Los 165km cuadrados de la Isla de Pascua estaban a nuestro alcance. Me apetecía tanto conducir que le dije a Alberto que decidiera él el camino a seguir, Ana se sentó atrás y rehusó conducir a menos que fuera necesario, ella se quedaría haciendo fotitos, que se me ha hecho una experta.












Salimos del pueblo, no esperabamos que se tratara de una sucesión de casitas de madera independientes unas de otras, algunas con jardín, todo eso si, muy rudimentario, como hecho a mano, no es un pueblo con calles y plazas, sino que es una especie de urbanización que gira entorno a una pequeña bahía en la que solo caben varias barquitas de remo. Nos encaminamos hacia el norte y en el centro de la isla vimos los primeros moais, es impresionante.










Estos no eran de los más grandes pero estar ahí era impresionante, les hicimos fotos por todos lados y después continuamos con nuestro improvisado viaje por la Isla de Pascua hacia la costa del sureste, una carretera recorre la linea de una costa pedregosa, las olas rompían fuertemente contra las rocas volcánicas de la orilla, recorrimos el uniforme paisaje en esta zona desarbolado y semidesértico, frente a nosotros teníamos el cono de un gran volcán que producía acantilados hasta que llegamos a una zona de moais, unos ocho o nueve gigantescas estatuas daban la espalda a una preciosa bahía, miraban hacia la colina central de Raro Aku.











Aparcamos el coche y nos dispusimos a fotografiar este conjunto artístico, arqueológico y monumental. El entorno y la luz ya próxima al atardecer hizo que fueran muchas las fotos que disparamos en este enclave solitario y apartado del resto del mundo.

Continuamos la marcha hacia el norte, y nuestro gran viaje nos llevo hasta la costa norte dejando la cantera de moais a nuestra derecha que visitaríamos mañana. Así llegamos a la playa de Anakena, una pequeña cala en un entorno precioso, nos mojamos los pinrreles y fotografiamos los moais que presiden la playa para continuar nuestro camino hacia el poblado.




Recorrimos la carretera de interior hacia el sur y enseguida llegamos al pequeño pueblo, aún así nos costó encontrar el mercado, ya que son calles largas con muy poca densidad de casas. Volvía a llover intensamente y aparcamos frente a un mercado para comprar algo de verdura y carne, Alberto pensó en hacer una ensalada aliñada con yogur de limón y unos entrecotes para hacer a la barbacoa. 
Una vez hecha la compra teníamos el tiempo justo para ir al pequeño puerto para fotografiar el atardecer, no llegamos por el camino más corto... Pero pudimos hacer algunas fotos espectaculares de una costa irregular con algún islote y un cielo cubierto de pequeñas nubes enmarañadas de diferentes colores mientras el sol se escondía en un horizonte escondido.









Momento para tomar una cervecita antes de regresar a la casa, justo frente al muelle pesquero estaba la tasca de Monkey Island I, se llamaba La Taberna del Pescador, un lugar auténtico, bien decorado y muy curiosito, el la parte superior hay una terraza con vistas a la costa y allí tomamos unos refrescos y para picar pedimos unas patatas fritas con camarones y salsa de roquefort que estaba sorprendentemente delicioso.



Regresamos a la casita, bueno, lo intentamos durante un rato y no dábamos con ella, las calles estaban poco iluminadas y las fincas a ambos lados de la misma estaban poco señalizadas y separadas unas de otra. Seguimos las indicaciones de un taxista que debió confundir Marae con un nombre similar. Tiramos de GPS finalmente y, aunque el punto que señalaba en el Google maps no era muy preciso, dimos finalmente con la casa.

Mientras me ahumaba preparando las brasas de la barbacoa, Alberto preparaba la ensalada y la carne mientras Ana atendía redes sociales y el email. Abrimos el vino y cenamos de maravilla. Habíamos concluido un día de muchas experiencias.

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